Antonio María Calera-Grobet
30/04/2022 - 12:04 am
Esto no es un poema
De la mano seguiremos los nimios hasta dar con ese bello barco imaginario.
Para Eduardo Milán
Reconozcamos que esto no es un poema, y que no hay ni habrá tal cosa del tiempo aire para entender más lo que pasa: que hay esta tierra de músculos tatemados y de canas, campos sin trabajar, sin color ni pasaporte, mucho menos cédula de identidad. Por eso me dirijo a usted: para decirle que hemos visto a las mentes más brillantes de su generación pisotear a los que venimos con el canto a ras de llano, los hemos visto escalar a piolet por sobre nuestras cabezas, con su glamour profanar el ceño de los ingenuos, sofocar el surtidor de los críos más potables. Yo por lo menos vi a los banqueros en sus yates frenéticos, contando la cuenta donde no contamos, donde no hay la mínima pizca de cuna para acuñar a los nuevos niños de vellos limpísimos, a los trotadores del trigal. Se les ha visto esconder la cola entre los uniformes y babear, a decir lo menos, los caminos, y es por ellos que diré a usted, señor de los decretos, que yo por usted no escribo. Porque los he visto a usted y los suyos circuncidar el yo de nuestros ejércitos, horadar con su lanza los pechos, llagar las nalgas, los pitos de nuestras hordas llenas de júbilo por ver su futuro merecido. Y no escribiré yo ni nadie de los míos por ustedes, los meros simios, por haberlos visto trillar también las papeletas, segar nuestros brotes, modificar nuestras semillas. A ustedes, los que han cauterizado por eras las pupilas de hombres blancos y rojos, verdes, negros y amarillos, ojos que no hacían sino brillar el mero albor magnífico de la diferencia, el brillo renovado de nuestros trofeos, el agua recorrer de nuevo el cauce de nuestro adentro. Hemos visto, le digo, a las mentes más brillantes de su generación y otras, ejercer su derecho de pernada a cañonazos contra las casas, tapiar las puertas de nuestros más abiertos Sésamos, en la vil raspadura de los genitales libres, cortar, con el filo del absurdo la lengua de nuestros hablantes predilectos. Y por eso grito que para usted y los suyos no escribiremos. No. Los músicos no les cantarán, los espíritus arquitectos no les construirán un humilde techo de tejas, para ustedes no habrá danzas de corcheas, partir de plazas, hidalgos en su anunciación de trompetas. Y nunca habrá, sépalo bien, altísimo señor adherido con los suyos cual ventosa al desgobierno, himnos libertarios a los que taponaron los bronquios, acecharon a las niñas tiernas de la verdad, negaron la aparición milagrosa de los otros, esos que quizá no son ni serán como ustedes pero sí bien nosotros y, a su vez, más que nosotros mismos.
Y cuidado: que no se nos confunda nadie porque tampoco les haremos daño: nosotros los raros, los enfermos, los tocados por el humo, los cojos, tordos, asimétricos, pardos como nosotros, no somos un nido de buitres ni chancros de chacal. Somos huevos para el advenimiento de las águilas sin mañas, grietas que abrirán en silencio su cara solar. Daño no: sólo los dejaremos solos, entregados a su silla imperial cubierta de palomitas, ahí, circunscritos a su hoyo, arropados por su odio cuentacuentos y su grandiosa cartera de oportunidades vencidas.
Nosotros los ripios seguiremos nuestro camino. Pasaremos las planicies y las montañas hasta dar con el mar, con el navío en que no habrá ni más altos-ni más blancos-ni más fuertes-ni más rápidos de hundir. De la mano seguiremos los nimios hasta dar con ese bello barco imaginario, su proa alzada para atisbar cigüeñas, estrellas, perfectos conceptos como cachalotes en sentido abierto, banderas inscritas con todos los nombres que hay y habrá. Sépanlo: que somos velas para dar impulso, a todo lo que da, ideas iluminadas para navegar por el majestuoso océano de lo eterno.
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